Lo mismo me da un pecho que otro.
Lo mismo me da este pene que aquel.
Lo mismo me da vagina o escroto.
Lo mismo me da tener que no tener.
Sexo salvaje sin vaselinas,
olfateando el placer por los charcos que apestan
en esquinas, callejones y casas abandonadas, en ruinas,
que ocultan gemidos inconfesables
de placer prohibido y a veces aberrante.
Arriba, abajo, por detrás y por delante.
Sorbiendo flujos amargos
pero excitantes, y lamiendo el sudor
entre espasmos de gloria y dolor
al sentir ese ardiente escozor
que produce tanta fricción.
Entrando y saliendo en cuerpos ajenos,
desconocidos, muchos amantes,
pocos amigos, y por encima de todo, nunca los mismos.
Lo mismo me da un pecho que otro.
Lo mismo me da este pene que aquel.
Lo mismo me da vagina o escroto.
Lo mismo me da tener que no tener.
Promiscuidad.
Queremo de gosha!
Ni virus beatos lanzados por el Papa,
ni horribles pústulas nos hacen desistir.
Si el cuerpo tiene ganas de mambo
dale más de lo que pueda digerir.
¡Orgasmo ciclópeo! ¡Bien!
¡Clímax de infarto! ¡Bien!
¡Placer a raudales! ¡Bien!
¡Y nunca estoy jarto! ¡Bien!
Pasando la vida en estado
de lujuria constante, aquí, allá,
y en todos lados, unidos, pegados,
entrelazados en una masa
de cuerpos brillantes que gimen
y se estremecen, bacanal, orgía,
desenfreno, tentando a la suerte
y gozando a lo grande siempre a pelo.
Lo mismo me da un pecho que otro.
Lo mismo me da este pene que aquel.
Lo mismo me da vagina o escroto.
Lo mismo me da tener que no tener.
Promiscuidad.
Queremo de gosha!